domingo, 27 de julio de 2008

¿Crees que todavía es muy pequeña?


Nunca es muy pequeño un bebé para educarlo. Es asombroso lo mucho que entiende, aún antes de poder hablar. Cuando todavía no está formado físicamente para ello, ya, su memoria y comprensión es muy poderosa. Esto lo leí en un libro y lo verifiqué con Anibal, en varias ocasiones. Los bebés se expresan desde muy pequeñitos y si sus padres hacen el esfuerzo de tratar de entenderlos, comenzarán a hablar temprano y muy bien, porque sabrán que no es en vano su intento de hacerse comprender. Es importante hablarles mucho desde en mismo día de su nacimiento. No creas que no entienden. Su pensamiento se va ejercitando, igual que su memoria. Y cuando comienzan a balbucear, te devuelven todo lo que les enseñaste, regalándote hermosas vivencias. Este intercambio favorece el futuro desenvolvimiento en la escuela. No pienses jamás que es tiempo perdido, hablarle a tu bebé. No lo ignores. Al primer minuto de vida, ya es una persona.

Estas son algunas de mis experiencias:

  • Creo haber comentado ya, que desde niña, me gustaba andar de los vecinos que tenían bebés. En una de esas familias, la cuarta chiquita, siempre era acusada por sus hermanitos mayores, de todo lo que se rompía en la casa. La pobre bebita no hablaba todavía, y no podía defenderse. Pero mira lo peligroso que es no dar buenos ejemplos desde siempre, a los niños: Cuando la bebé comenzó a hablar, algo grandecita ya, ensució sus pañales. La mamá se enojó y la retó. Para sorpresa de todos los presentes, la pequeña dijo que había sido su hermana mayor. Esto habla de la observación y el razonamiento de los bebés, y también del peligro de los malos ejemplos. Aunque en ese momento, la reacción de todos fue la risa. Con menos de dos años, Anita ya sabía evadir responsabilidades, y lo aprendió cuando todavía no hablaba. Y lo peor: lo aprendió en su hogar.
  • Desde que Aníbal nació, siempre le habíamos hablado todo el tiempo. Le contábamos todo lo que hacíamos. Cada vez que encendíamos la luz, exclamábamos, medio entonando: "¡la luz!". Un anochecer, estábamos los tres en penumbras, tan entretenidos, jugando con nuestro bebé, que no nos percatamos de la oscuridad. Aníbal tendría, más o menos, cinco meses. Comenzó a mirar la lámpara del comedor y a balbucear: "¡uf!", "¡uf!". Lo entendimos perfectamente y lo complacimos encendiendo la luz. Y, por supuesto, demostrándole nuestra alegría por hacernos recordar que ya era necesaria la claridad artificial. Esta actitud nuestra era para alentarlo a que siga intentando expresarse. Nosotros trataríamos de entenderlo.
  • Su segunda palabra me costó mucho más. Aníbal tenía cerca de seis meses. Estaba en su sillita, al borde de la mesa. En cierto momento, comenzó a decir: "¡Ebú!", "¡Ebú!", y a señalar la heladera. Supuse que tenía sed o hambre. y le preparé su papilla. No la quiso, tampoco quiso tomar líquido alguno. Sólo seguía diciendo "¡Ebú!", "¡Ebú!", cada vez más enojado, con la palmita de su mano hacia arriba, agitándola. Paracía decirme lo tonta que era por no entenderle, que estaba hablando clarito. Hasta que por fin se me ocurrió que quizá quisiera yogurt, y se lo ofrecí. ¡Era eso! ¡Aníbal quería yogurt!
En mi próxima entrada hablaré de Aníbal y el canto y la música. El video del bebé, de mi entrada anterior, tiene su razón de estar. Todo en esta página tiene su razón de estar. Por favor, vuelvan a mirarlo y en la próxima lo comento.

Elizabeth


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